Los Miserables

I. Noventa años y treinta y dos dientes

Los Miserables

I. Noventa años y treinta y dos dientes

El señor Lucas—Espíritu Gillenormand era un hom­bre sumamente particular; era de otra época, un verdadero burgués de esos del siglo XVIII, que vivía su burguesía con la misma altivez que un marqués vive su marquesado. Había cumplido no­venta años y caminaba muy derecho, hablaba alto, bebía mucho, comía, dormía y roncaba. Conserva­ba sus treinta y dos dientes y sólo se ponía ante­ojos para leer. Era muy aficionado a las aventuras amorosas, pero afirmaba que hacía ya una docena de años que había renunciado decididamente a las mujeres. "Ya no les gusto —decía—, porque soy pobre." Jamás dijo "porque estoy viejo". Y en rea­lidad confesaba sólo con una pequeña renta. Vivía en el Marais, en la calle de las Hijas del Calvario, número 6, en casa propia.

Era superficial y tenía muy mal genio. Se enfurecía por cualquier cosa, y muchas veces sin tener la menor razón. Decía groserías con cierta elegante tranquilidad a indiferencia. Creía muy poco en Dios. Era monárquico fanático.

Se había casado dos veces. La primera mujer le dio una hija, que permaneció soltera. La segun­da le dio otra hija, que murió a los treinta años, y que se había casado por amor con un militar que sirvió en los ejércitos de la República y del Impe­rio, que había ganado la cruz en Austerlitz y reci­bido el grado de coronel en Waterloo.

—Es la deshonra de la familia —decía el viejo Gillenormand.

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