Los Miserables

II. La oscuridad que puede contener una revelación

Los Miserables

II. La oscuridad que puede contener una revelación

Marius estaba trastornado. Ahora se explicaba la especie de antipatía que había sentido siempre hacia el supuesto padre de Cosette. El señor Fauchelevent era el presidiario Jean Valjean. Hallar de improviso semejante secreto en me­dio de su dicha equivalía a descubrir un escor­pión en un nido de tórtolas.

En adelante su felicidad y la de Cosette no podrían prescindir de aquel testigo. ¿Era éste un hecho consumado? ¿Formaba parte de su casa­miento la aceptación de Jean Valjean? ¿No había ya remedio? ¿Se había casado también Marius con el presidiario prófugo?

La antipatía de Marius hacia el señor Fauchele­vent transformado en Jean Valjean se mezclaba ahora con ideas terribles, entre las cuales, justo es decirlo, había algo de lástima, y hasta de sorpresa.

El ladrón, y ladrón reincidente, había restitui­do un depósito, ¡y qué depósito! Seiscientos mil francos, de los que sólo él tenía noticia, y que pudo muy bien guardarse. Además, era delator de sí mismo. ¿Qué lo obligaba a delatarse? Un escrú­pulo de conciencia. Marius sentía que sus pala­bras tenían el irresistible acento de la verdad.

Jean Valjean era sincero. Esta sinceridad visi­ble, palpable, y aún evidente por el dolor que le causaba, hacía inútiles las pesquisas. ¡Inversión extraña de las situaciones! ¿Qué brotaba para Ma­rius del señor Fauchelevent? La desconfianza. ¿Y de Jean Valjean? La confianza. Aunque sus recuerdos fueran confusos, se explicaba ahora ciertas escenas antes incompren­sibles.

¿Por qué a la llegada de la justicia al desván de Jondrette aquel hombre, en lugar de querellar­se, había huido? Marius encontraba esta vez la respuesta: porque aquel hombre era un forzado que estaba prófugo. Otra pregunta: ¿Por qué había ido a la barricada?

Ante esta pregunta surgía un espectro y daba la contestación. Era Javert.

Marius recordaba perfectamente ahora la fúne­bre visión de Jean Valjean arrastrando fuera de la barricada a Javert, atado, y oía aún detrás de la callejuela Mondetour el horrible pistoletazo. Exis­tía, sin duda, odio entre el espía y el presidiario. Jean Valjean había ido a la barricada por vengar­se. Jean Valjean había matado a Javert.

Ultima pregunta, a la cual no encontraba qué responder: ¿Por qué la existencia de Jean Valjean había transcurrido tanto tiempo unida a la de Cosette? ¿Qué significaba la obra sombría de la Providencia al poner a aquella niña en contacto con semejante hombre?

Este era el secreto de Jean Valjean y también de Dios. Ante esto, Marius retrocedía. Dios hace los milagos como mejor le cuadra.

Adoraba a Cosette, era su esposa, ¿qué más quería? Los asuntos personales de Jean Valjean no le incumbían, principalmente desde la declaración solemne del miserable: "No soy nada de Cosette. Hace diez años ignoraba mi existencia".

Sin embargo, por más atenuantes que buscase, preciso le era admitir ser un presidiario; es decir, el ser que en la escala social carece hasta de sitio. Después del último de los hombres está el presi­diario.

En las ideas que entonces profesaba Marius, Jean Valjean era para él un ser diferente y repug­nante. Era el réprobo, el presidiario.

En tal situación de espíritu, era para Marius una perplejidad dolorosa pensar que aquel hom­bre.tendría contacto en lo sucesivo, aunque poco, con Cosette. Se había dejado conmover; suya era la culpa. Debió pura y simplemente alejarlo de su casa.

Se indignó contra sí mismo, contra el torbelli­no de emociones que lo había aturdido, cegado y arrastrado. Hizo sin objeto aparente algunas preguntas a Cosette, que, sin recelar nada, le habló de su infancia y de su juventud. Se convenció entonces que todo lo bueno, paternal y respetable que puede ser un hombre, lo fue aquel presidiario con Cosette. Cuanto Marius había supuesto era verdad. Aquella ortiga siniestra había amado y protegido a aquel lirio.

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