II. Enjolras y sus tenientes
Los Miserables
II. Enjolras y sus tenientes
El Faubourg Saint—Antoine caracterizaba esta situación más que ningún otro barrio. Allí era donde se sentía más el dolor.
Aquel antiguo barrio, poblado como un hormiguero, laborioso, animado y furibundo como una colmena, se estremecía esperando y deseando la conmoción. Allí se sentían más que en otra parte la reacción de las crisis comerciales. En tiempo de revolución, la miseria es a la vez causa y efecto. Siempre que flotan en el horizonte resplandores impulsados por el viento de los sucesos, se piensa en este barrio y en la temible fatalidad que ha colocado a las puertas de París aquel polvorín de padecimientos y de ideas.
En este barrio y en esta época, Enjolras, previendo los sucesos posibles, hizo una especie de recuento misterioso. Estaban todos en conciliábulo en el Café Musain.
—Conviene saber dónde estamos y con quiénes se puede contar —dijo—. Si se quiere combatientes, hay que hacerlos. Contemos, pues, el rebaño. ¿Cuántos somos? Courfeyrac, tú verás a los politécnicos. Feuilly, tú a los de la Glacière. Combeferre me prometió ir a Picpus, allí hay un hormiguero excelente. Bahorel visitará la Estrapade. Prouvaire, los albañiles se entibian, tú nos traerás noticias. Jolly tomará el pulso a la Escuela de Medicina. Laigle se dará una vuelta por el Palacio de justicia. Yo me encargo de la Cougourde. Pero falta algo muy importante, el Maine; allí hay marmolistas, pintores y escultores; son entusiastas pero desde hace un tiempo se han enfriado. Hay que ir a hablarles, hay que soplar en aquellas cenizas. Había pensado en ese distraído amigo nuestro, Marius, que es bueno, pero ya no viene. No tengo a nadie para el Maine.
—¿Y yo? —dijo Grantaire.
—¡Tú, adoctrinar republicanos, tú que no crees en nada!
—Creo en ti.
—¿Serás capaz de ir al Maine?
—Soy capaz de todo.
—¿Y qué les dirás?
—Les hablaré de Robespierre, de Danton, de los principios.
—¡Tú!
—Yo. Lo que pasa es que a mí no se me hace justicia. Conozco el Contrato Social; sé de memoria la Constitución del año Dos: "La libertad del ciudadano concluye donde empieza la libertad de otro ciudadano". ¿Me crees idiota?
—Grantaire —dijo Enjolras, después de pensar algunos segundos—, acepto probarte. Irás al Maine.
Grantaire vivía cerca del café. Salió y volvió a los cinco minutos. Había ido a ponerse un chaleco a lo Robespierre.
—Rojo —dijo al entrar—. Ten confianza en mí, Enjolras.
Unos minutos después la sala interior del Café Musain quedaba desierta. Todos los amigos del ABC habían ido a cumplir su misión.