Los Miserables

II. Oración fúnebre por Blondeau

Los Miserables

II. Oración fúnebre por Blondeau

Una tarde, Laigle estaba recostado perezosamente en el umbral de la puerta del Café Musain. Tenía el aspecto de una cariátide en vacaciones. No llevaba consigo más que sus ensueños, y miraba lánguidamente hacia la plaza Saint—Michel. De pron­to vio, a través de su sonambulismo, un cabriolé que pasaba con lentitud por la plaza. Iba dentro, al lado del cochero, un joven, y delante del joven una maleta. La maleta mostraba a los transeúntes este nombre escrito en gruesas letras negras en un papel pegado a la tela: Marius Pontmercy.

Este nombre hizo cambiar la posición a Laigle. Se enderezó, y gritó al joven del cabriolé:

—¡Señor Marius Pontmercy!

El cabriolé se detuvo.

El joven, que parecía ir meditando, levantó los ojos.

—¿Sois el señor Marius Pontmercy?

—Sin duda.

—Os buscaba —dijo Laigle.

—¿Cómo me conocéis? —preguntó Marius—. Yo no os conozco.

—Ni yo tampoco a vos —dijo Laigle.

Marius creyó encontrarse con un chistoso, y como no estaba del mejor humor para bromas en aquel momento en que recién salía para siempre de casa de su abuelo, frunció el entrecejo.

Pero Laigle, imperturbable, prosiguió:

—No fuisteis anteayer a la escuela.

—Es posible.

—Es la verdad.

¿Sois estudiante de Derecho? —preguntó Marius. —Sí, señor, como vos. Anteayer entré en la Base por casualidad; ya comprenderéis que alguna que otra vez le dan a uno esas ideas. El profe­sor iba a pasar lista, y no ignoráis cuán ridículos son todos los profesores en esos momentos. A las tres faltas os borran de la matrícula; sesenta fran­cos perdidos.

Marius puso atención. Laigle continuó:

—El que pasaba lista era Blondeau. Ya lo cono­céis; con su nariz puntiaguda husmea con deleite a los ausentes. Repitió tres veces un nombre, Ma­rius Pontmercy. Nadie respondió. Lleno de espe­ranzas, tomó su pluma. Caballero, yo tengo buenos sentimientos. Me dije: "Van a borrar a un buen muchacho, a un honorable perezoso, que falta a clase, que vagabundea, que corre detrás de las mujeres, que puede estar en este instante con mi amante. Salvémoslo. ¡Muera Blondeau! ¡Pérfido Blondeau, no tendrás lo víctima, yo lo la arrebata­ré", y grité: ¡Presente! Y esto hizo que no os borraran...

—¡Caballero! —dijo Marius.

—Y que el borrado haya sido yo —añadió Laigle.

—No os comprendo —dijo Marius.

—Nada más sencillo. Yo estaba cerca de la cátedra para responder, y cerca de la puerta para marcharme. El profesor me miraba con cierta fije­za. De repente Blondeau salta a la letra L. La L es mi letra, porque me llamo Laigle.

—¡L'Aigle! ¡Qué hermoso nombre!

—Caballero, Blondeau llegó a este hermoso nombre, y gritó "¡Laigle!" Yo respondí "¡Presente!" Entonces Blondeau me miró con la dulzura del tigre, se sonrió, me dijo: "Si sois Pontmercy, no sois Laigle". Dicho esto, me borró.

Marius exclamó:

—Caballero, cuánto siento...

—Ante todo —lo interrumpió Laigle—, pido em­balsamar a Blondeau con el siguiente epitafio: "Aquí yace Blondeau, el narigón, el buey de la disciplina, el ángel de las listas de asistencia, que fue recto, cuadrado, rígido, honesto y repe­lente. Que Dios lo borre como él me borró a mí".

—Lo siento tanto... —balbuceó Marius.

—Joven —dijo Laigle—, que os sirva esto de lec­ción: sed más puntual en adelante.

—Os pido mil perdones.

—No os expongáis a que borren a vuestro prójimo.

—Estoy desesperado.

Laigle soltó una carcajada.

—Y yo, dichoso. Estaba a punto de ser aboga­do y esto me salvó. Renuncio a los triunfos del foro. No defenderé a la viuda ni atacaré al huérfa­no. Nada de toga, nada de estrados. Obtuve que me borraran; y a vos os lo debo, señor Pontmercy. Debo haceros solemnemente una visita de agrade­cimiento. ¿Dónde vivís?

—En este cabriolé —dijo Marius.

—Señal de opulencia —respondió Laigle con tran­quilidad—. Os felicito. Tenéis una habitación de nueve mil francos por año.

En ese momento salió Courfeyrac del café.

Marius sonrió tristemente.

—Estoy en este hogar desde hace dos horas, y deseo salir de él; pero no sé adónde ir.

—Caballero —dijo Courfeyrac—, venid a mi casa.

Tengo la prioridad —observó Laigle—, pero no tengo casa.

Courfeyrac subió al cabriolé.

—Cochero —dijo—, hostería de la Puetta Saint­Jacques.

Y esa misma tarde, Marius se instaló en un cuarto de la hostería de la Puerta Saint Jacques al lado de Courfeyrac.

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