Los Miserables

V. Marius parece muerto

Los Miserables

V. Marius parece muerto

Colocó a Marius en la ribera del Sena.

¡Estaban afuera!

Detrás quedaban las miasmas, la oscuridad, el horror; los inundaba ahora el aire puro, impregna­do de alegría. La hora del crepúsculo había pasa­do, y se acercaba a toda prisa la noche, libertado­ra y amiga de cuantos necesitan un manto de sombra para salir de alguna angustiosa situación.

Durante algunos segundos se sintió Jean Valjean vencido por aquella serenidad augusta y grata. Hay ciertos minutos de olvido en que el padecimiento cesa de oprimir al miserable; en que la paz, cual si fuera la noche, cubre al soña­dor. Después, como si el sentimiento del deber lo despertara, se inclinó hacia Marius, y cogiendo agua en el hueco de la mano, le salpicó el rostro con algunas gotas. Los párpados de Marius no se movieron, y, sin embargo, su boca entreabierta respiraba.

Iba a introducir de nuevo la mano en el río, cuando tuvo la sensación de que detrás suyo ha­bía alguien. Desde hacía poco, había, en efecto, una per­sona detrás de él.

Era un hombre de elevada estatura, envuelto en una levita larga, y que llevaba en la mano derecha un garrote con puño de plomo. Estaba de pie, a muy corta distancia.

Jean Valjean reconoció a Javert.

Javert, después de su inesperada salida de la barricada, se dirigió a la prefectura de policía, dio cuenta de todo verbalmente al prefecto en persona, y continuó luego su servicio que implicaba, según la nota que se le encontró en Corinto, una inspec­ción de la orilla derecha del Sena, la cual hacía tiempo que despertaba la atención de la policía. Allí había visto a Thenardier, y se puso a seguirlo.

Se comprenderá también que el abrir tan ob­sequiosamente aquella reja a Jean Valjean, fue una hábil perfidia de Thenardier, que sabía que allí estaba Javert. El hombre espiado tiene un olfato que no lo engaña. Era preciso arrojar algo que roer a aquel sabueso. Un . asesino, ¡qué hallazgo! Thenardier, haciendo salir en su lugar a Jean Valjean, proporcionaba una presa a la policía, que así de­sistiría de perseguirlo y lo olvidaría ante un asun­to de mayor importancia; ganaba dinero y queda­ba libre el camino para él.

Javert no reconoció a Jean Valjean, que estaba desfigurado.

¿Quién sois? —preguntó con voz seca y tranquila.

—Yo.

—¿Quién?

Jean Valjean.

Javert colocó en los hombros de Jean Valjean sus dos robustas manos, que se encajaron allí como si fuesen dos tornillos, lo examinó y lo reconoció. Casi se tocaban sus rostros. La mirada de Javert era terrible.

Jean Valjean permaneció inerte bajo la presión de Javert, como un león que admitiera la garra de un lince.

—Inspector Javert —dijo— estoy en vuestras ma­nos. Por otra parte, desde esta mañana me juzgo prisionero vuestro. No os he dado las señas de mi casa para tratar luego de evadirme. Detenedme. Sólo os pido una cosa.

Javert parecía no escuchar. Tenía clavadas en Jean Valjean sus pupilas, en una meditación feroz. Por fin, lo soltó, se levantó de golpe, cogió de nuevo el garrote, y, como en un sueño, murmuró, más bien que pronunció esta pregunta:

—¿Qué hacéis ahí? ¿Quién es ese hombre?

Seguía sin tutear ya a Jean Valjean.

Jean Valjean contestó, y el tono de su voz pareció despertar a Javert.

—De él quería hablaros. Haced de mí lo que os plazca, pero antes ayudadme a llevarlo a su casa. Es todo lo que os pido.

El rostro de Javert se contrajo, como le suce­día siempre que alguien parecía creerle capaz de una concesión. Sin embargo, no respondió negati­vamente.

Sacó del bolsillo un pañuelo que humedeció en el agua, y limpió la frente ensangrentada de Marius.

—Este hombre estaba en la barricada —dijo a media voz y como hablando consigo mismo—. Es el que llamaban Marius.

Cogió la mano de Marius y le tomó el pulso.

—Está herido —dijo Jean Valjean.

—Está muerto —dijo Javert.

—No todavía...

—¿Lo habéis traído aquí desde la barricada?

Jean Valjean no respondió. Parecía no tener más que un solo pensamiento.

—Vive —dijo— en la calle de las Hijas del Calva­rio, en casa de su abuelo... No me acuerdo cómo se llama.

Sacó la cartera de Marius, la abrió en la página escrita y se la mostró a Javert.

Este leyó las pocas líneas escritas por Marius, y dijo entre dientes: Gillenormand, calle de las Hijas del Calvario, número 6.

Luego gritó:

—¡Cochero!

Y se guardó la cartera de Marius.

Un momento después, el carruaje estaba en la ribera. Marius fue colocado en el asiento del fon­do, y Javert y Jean Valjean ocuparon el asiento delantero.

Download Newt

Take Los Miserables with you