Los Miserables

V. La casa del secreto

Los Miserables

V. La casa del secreto

En el mes de octubre de 1829, un hombre de cierta edad había alquilado una casa en la calle Plumet y se había instalado allí con una jovencita y una anciana criada. Los vecinos no murmuraban nada, por la sencilla razón de que no los había.

Este inquilino tan silencioso era Jean Valjean, y la joven, Cosette. La criada era una solterona llamada Santos, vieja, provinciana y tartamuda; tres cualidades que habían determinado a Jean Valjean a tomarla a su servicio. Había alquilado la casa con el nombre del señor Ultimo Fauchelevent, rentista.

¿Por qué había abandonado Jean Valjean el con­vento del Pequeño Picpus? ¿Qué había sucedido? Nada había sucedido.

Un día se dijo que Cosette tenía derecho a conocer el mundo antes de renunciar a él; que privarla de antemano y sin consultarla de todos los goces, bajo el pretexto de salvarla de todas las pruebas, y aprovecharse de su ignorancia y de su aislamiento para hacer germinar en ella una voca­ción artificial, sería desnaturalizar una criatura hu­mana, y engañar a Dios. Se resolvió, pues, a abandonar el convento.

Cinco años de encierro y de desaparición en­tre aquellas cuatro paredes habían destruido a dispersado necesariamente los elementos de te­mor; podía volver con tranquilidad a vivir entre los hombres; había envejecido, y estaba cambia­do. ¿Quién había de reconocerlo ahora? Y aun en el peor caso, sólo corría peligro por sí mismo, y no tenía derecho para condenar a Cosette al claus­tro por la razón de que él había sido condenado a presidio. Por otra parte, ¿qué es el peligro ante el deber? Y por último, nada le impedía ser pruden­te, y tomar sus precauciones.

En cuanto a la educación de Cosette, estaba casi terminada y era bastante completa.

Jean Valjean, después de decidirse, sólo espe­ró una ocasión, y no tardó ésta en presentarse: el viejo Fauchelevent murió.

Jean Valjean pidió audiencia a la reverenda priora, y le dijo que habiendo recibido a la muer­te de su hermano una modesta herencia que le permitía vivir sin trabajar, pensaba dejar el servi­cio del convento y llevarse a su nieta; pero que, como no era justo que Cosette no pronunciando el voto hubiese sido educada gratuitamente, con humildad suplicaba a la reverenda priora le per­mitiese ofrecer a la comunidad una suma de cinco mil francos, como indemnización de los cinco años que Cosette había pasado en el convento.

Jean Valjean no salió al aire libre sin experi­mentar una profunda ansiedad.

Descubrió la casa de la calle Plumet y allí se quedó; al mismo tiempo alquiló otras dos casas en París, con objeto de atraer la atención menos que viviendo siempre en el mismo barrio, y de no encontrarse desprevenido, como la noche en que se escapó tan milagrosamente de Javert. Estas otras casas eran dos edificios feos y de aspecto pobre, en dos barrios muy separados uno de otro; uno en la calle del Oeste, y otro en la del Hombre­ Armado. Iba de cuando en cuando ya a la una o a la otra a pasar un mes o seis semanas con Cosette. Y así tenía tres casas en París para huir de la policía.

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