Los Miserables

II. El diablo en Montfermeil

Los Miserables

II. El diablo en Montfermeil

Antes de ir más lejos, bueno será referir con algu­nos pormenores algo singular que hacia esta mis­ma época sucedió en Montfermeil.

Hay en ese pueblo una superstición muy anti­gua que consiste en creer que el diablo, desde tiempo inmemorial, ha escogido el bosque para ocultar sus tesoros. Cuentan que no es raro en­contrar, al morir el día y en los sitios más aparta­dos, a un hombre negro, con facha de leñador, calzado con zuecos. Este hombre está siempre ocupado en hacer hoyos en la tierra. Hay tres modos de sacar partido del encuentro. El primero es acercársele y hablarle; entonces resulta que este hombre no es más que un aldeano, que se ve negro porque es la hora del crepúsculo, que no hace tal hoyo en la tierra sino que corta la hierba para sus vacas, y que lo que parece ser cuernos no es más que una horqueta para remover el estiércol que lleva a la espalda. Vuelve uno a su casa y se muere al cabo de una semana. El segun­do método es observarle, esperar a que haya he­cho su hoyo, lo haya vuelto a cubrir y se haya ido; luego ir corriendo al agujero, destaparlo y coger el tesoro. En este caso muere uno al cabo de un mes. En fin, el tercer método es no hablar al hombre negro, ni mirarlo, y echar a correr a todo escape. Entonces muere uno durante el año.

Como los tres métodos tienen sus inconve­nientes, el segundo, que ofrece a lo menos algu­nas ventajas, entre otras la de poseer un tesoro aunque no sea más que por un mes, es el que generalmente se adopta.

Ahora bien, muy poco tiempo después de que la justicia comunicara que el presidiario Jean Val­jean durante su evasión de algunos días anduvo vagando por los alrededores de Montfermeil, se notó en esta aldea que un viejo peón caminero llamado Boulatruelle hacía frecuentes visitas al bos­que. Se decía que el tal Boulatruelle había estado en presidio; que estaba sometido a cierta vigilan­cia de la policía, y que como no encontraba traba­jo en ninguna parte, la municipalidad lo empleaba por un pequeño jomal como peón en el camino vecinal de Gagny a Lagny.

Este Boulatruelle era bastante mal mirado por los aldeanos, por ser demasiado respetuoso, humil­de, pronto a quitarse su gorra ante todo el mundo, y porque temblaba delante de los gendarmes. Se le suponía afiliado a una banda de asaltantes, el Patron—Minette; se tenían sospechas de que se embos­caba a la caída de la noche en la espesura de los bosques. Además, era un borracho perdido.

Desde hacía algún tiempo, se le encontraba en los claros más desiertos, entre la maleza más sombría, buscando al parecer alguna cosa, y algu­nas veces abriendo hoyos. Decían en la aldea:

—Es claro que el diablo se ha aparecido. Boula­truelle lo ha visto, y busca. Está loco por robarle su alcancía.

Otros añadían: ¿Será Boulatruelle quien atrape al diablo, o el diablo a Boulatruelle?

Poco tiempo después cesaron las idas de Boula­truelle al bosque, y volvió a su trabajo de peón caminero, con lo cual se habló de otra cosa.

No obstante, la curiosidad de algunas perso­nas no se daba por satisfecha. Los más curiosos eran el maestro de escuela y el bodegonero The­nardier, que era amigo de todo el mundo y no había desdeñado la amistad de Boulatruelle.

—Ha estado en presidio —se decía—. Ah, uno nunca sabe ni quién está allá, ni quién irá.

Una noche decidieron con el maestro de es­cuela hacerlo hablar, y para esto emborracharon al peón caminero.

Boulatruelle bebió grandes cantidades de vino y se le escaparon unas cuantas palabras, con las cuales Thenardier y el maestro creyeron compren­der lo siguiente:

Una mañana, al ir Boulatruelle a su trabajo cuando amanecía, se sorprendió al ver en un re­codo del bosque entre la maleza una pala y un azadón. Al oscurecer del mismo día vio, sin ser visto porque estaba oculto tras un árbol, a un hombre que se dirigía a lo más espeso del bos­que. Boulatruelle conocía muy bien a ese hombre. Traducción de Thenardier: Un compañero de pre­sidio.

Boulatruelle se negó obstinadamente a decir su nombre. Este individuo llevaba un paquete, una cosa parecida a una caja grande o a un cofre pequeño. Sorpresa de Boulatruelle. Sin embargo, hasta pasados siete a ocho minutos no se le ocurrió seguirlo. Y ya fue demasiado tarde; el hombre se había internado en lo más espeso del bosque, y no pudo dar con él. Entonces tomó el partido de observar la entrada del bosque, y unas tres horas después lo vio salir de entre la maleza; ya no llevaba la caja—cofre, sino una pala y un azadón. Boulatruelle lo dejó pasar, y no se le acercó porque el otro era tres veces más fuerte, y armado además de la pala y el azadón; lo hubie­ra golpeado al reconocerlo y verse reconocido. Tierna efusión de dos antiguos camaradas que se reencuentran.

Boulatruelle dedujo que el sujeto abrió un hoyo en la tierra con el azadón, enterró el cofre, y volvió a cerrar el hoyo con la pala. Ahora bien, el cofre era demasiado pequeño para contener un cadáver; contenía, pues, dinero. Y empezó sus pesquisas. Exploró, sondeó y escudriñó todo el bosque, y miró por todas partes donde le pareció que habían removido recientemente la tierra. Pero fue en vano. No encontró nada.

Nadie volvió a pensar sobre esto en Montfer­meil. Sólo alguien comentó:

—No hay duda que Boulatruelle vio al diablo.

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