Los Miserables

I. Comienzo del reposo

Los Miserables

I. Comienzo del reposo

El señor Magdalena hizo llevar a Fantina a la enfermería que tenía en su propia casa, y la con­fió a las religiosas que estaban a cargo de los pacientes, dos Hermanas de la Caridad llamadas sor Simplicia y sor Perpetua.

Fantina tuvo muchísima fiebre, pasó paste de la noche delirando y hablando en voz alta, hasta que terminó por quedarse dormida.

Al día siguiente, hacia el mediodía, despertó y vio al señor Magdalena de pie a su lado mirando algo por encima de su cabeza. Siguió la dirección de esa mirada llena de angustia y de súplica, y vio que estaba fija en un crucifijo clavado a la pared.

El alcalde se había transformado a los ojos de Fantina; ahora lo veía rodeado de luz. Estaba en ese momento absorto en su plegaria, y ella no quiso interrumpirlo. Al cabo de un rato le dijo tímidamente:

—¿Qué estáis haciendo?

—Rezaba al mártir que está allá arriba. —Y agregó mentalmente—: Por la mártir que está aquí abajo.

Había pasado la noche y la mañana buscando información; ahora lo sabía todo. Conocía todos los dolorosos pormenores de la historia de la joven. Se apresuró a escribir a los Thenardier. Fanti­na les debía ciento veinte francos; les envió tres­cientos, diciéndoles que se pagaran con esa suma y que enviaran inmediatamente a la niña a M., donde la esperaba su madre.

Esta cantidad deslumbró a Thenardier.

—¡Diablos! —dijo a su mujer—. No hay que soltar a la chiquilla. Este pajarito se va a transformar en una vaca lechera para nosotros. Adivino lo que pasó: algún inocentón se ha enamoriscado de la madre.

Contestó enviando una cuenta de quinientos y tantos francos, muy bien hecha, en la que figura­ban gastos de más de trescientos francos en dos documentos innegables: uno del médico y otro del boticario que habían atendido en dos largas enfermedades a Eponina y a Azelma. Los arregló con una simple sustitución de nombres.

El señor Magdalena le mandó otros trescientos francos y escribió: " Enviad en seguida a Cosette".

—¡Vamos bien! —dijo Thenardier—. No hay que soltar a la chiquilla.

En tanto Fantina no se restablecía y continua­ba en la enfermería.

Las Hermanas la habían recibido y cuidado con repugnancia. Quien haya visto los bajorrelie­ves de la Catedral de Reims, recordará la mueca despectiva en los labios de las vírgenes prudentes mirando a las necias.

Este antiguo desprecio es uno de los más pro­fundos instintos de la dignidad femenina, y las religiosas no pudieron controlarlo. Pero en pocos días Fantina las desarmó con las palabras dulces y humildes que repetía en su delirio:

—He sido una pecadora, pero cuando tenga a mi hija a mi lado sabré que Dios me ha perdonado. Sentiré su bendición cuando Cosette esté con­migo, porque ella es un ángel.

Magdalena la visitaba dos veces al día, y cada vez le preguntaba:

¿Veré luego a mi Cosette?

La respuesta era:

—Quizá mañana. Llegará de un momento a otro.

—¡Oh, qué feliz voy a ser!

Pero su estado se agravaba día a día. Una mañana el médico la examinó y movió tristemente la cabeza.

—¿No tiene ella una hija a quien desea ver? —preguntó llevando aparte al señor Magdalena.

—Sí.

—Haced que venga pronto.

El señor Magdalena se estremeció.

Thenardier, sin embargo, no enviaba a la niña, y daba para ello mil razones.

—Mandaré a alguien a buscarla —decidió Mag­dalena—, y si es preciso iré yo mismo.

Y escribió, dictándosela Fantina, esta carta que le hizo firmar: "Señor Thenardier: Entregaréis a Cosette al portador. Se os pagarán todas las pequeñas deu­das. Tengo el honor de enviaros mis respetos. FANTINA".

Pero entonces surgió una situación inespera­da.

En vano tallamos lo mejor posible ese tronco misterioso que es nuestra vida; la veta negra del destino aparecerá siempre.

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