Capítulo 25. Rouletabille se va de viaje
Capítulo 25 Rouletabille se va de viaje
Aquella misma tarde Rouletabille y yo abandonamos el Glandier. Estábamos muy contentos: aquel lugar ya no tenía nada que pudiera retenernos. Yo declaré que renunciaba a penetrar en tal cantidad de misterios, y Rouletabille, dándome una palmada amistosa en el hombro, me dijo que ya no tenía nada que hacer en el Glandier, porque el Glandier le había enseñado todo lo que había que saber. Llegamos a París hacia las ocho. Cenamos rápidamente, y luego, cansados, nos separamos, quedando citados en mi casa para la mañana siguiente.
A la hora convenida entró Rouletabille en mi habitación. Iba vestido con un traje a cuadros de paño inglés, llevaba un abrigo al brazo, una visera en la cabeza y un bolso en la mano. Me dijo que se iba de viaje.
—¿Cuánto tiempo estará usted fuera? —le pregunté.
—Un mes o dos —dijo—. Depende…
Yo no me atrevía a interrogarlo…
—¿Sabe usted —me dijo— cuál es la palabra que la señorita Stangerson pronunció ayer antes de desvanecerse…, mirando al señor Robert Darzac?…
—No, nadie la oyó…
—¡Sí, yo! —replicó Rouletabille—. Ella le decía: «¡Habla!».
—¿Y hablará el señor Darzac?
—¡Jamás!
Yo hubiera querido prolongar la entrevista, pero él me estrechó fuertemente la mano, deseándome que lo pasara bien, y solo tuve tiempo de preguntarle:
—¿No teme usted que, durante su ausencia, se cometan nuevos atentados?
—Desde que el señor Darzac está en la cárcel —dijo—, ya no temo ninguna cosa de esa clase.
Tras esta frase extraña, me dejó. Ya no iba a volver a verlo hasta el momento del proceso Darzac, en la sala de audiencias, cuando compareció ante el Tribunal para «explicar lo inexplicable».