Capítulo 18. Rouletabille dibuja un círculo entre los dos bollos de su frente
Capítulo 18 Rouletabille dibuja un círculo entre los dos bollos de su frente
Fragmento de las notas de Joseph Rouletabille
(continuación)
Nos despedimos en el umbral de nuestras habitaciones después de un melancólico apretón de manos. Me sentía feliz de haber hecho nacer la sospecha de su error en aquel cerebro original, extraordinariamente inteligente, pero antimetódico. No me acosté. Esperé el amanecer y bajé delante del castillo. Le di la vuelta examinando todas las huellas que podrían venir de él o desembocar a él. Pero estaban mezcladas y tan borrosas que no pude sacar nada en limpio. Además, quiero subrayar que no suelo dar una importancia exagerada a los signos exteriores que deja el paso de un crimen. Ese método que consiste en llegar hasta el criminal siguiendo las huellas de pasos es completamente primitivo. Hay muchas huellas de pasos que son idénticas y no es poco pedirles una primera indicación, que en ningún caso podría considerarse como una prueba.
Sea como fuere, en medio de la gran confusión de mi mente fui, pues, al patio y me incliné sobre las huellas, sobre todas las huellas que había por allí, pidiéndoles la primera indicación que tanta falta me hacía para agarrarme a algo «razonable», algo que me permitiera «razonar» sobre los acontecimientos de la «galería inexplicable». ¿Cómo razonar?… ¿Cómo razonar?
¡Ah! ¡Razonar siguiendo el lado bueno de la razón! Desesperado, me siento en una piedra del patio desierto… ¿Qué estoy haciendo desde hace más de una hora sino la más vil tarea del más ordinario policía…? ¡Voy en busca del error como el primer inspector que llega, siguiendo la huella de unos pasos «que me harán decir lo que quieran»!
Me veo más abyecto, más vil en la escala de las inteligencias que esos agentes de la Seguridad imaginados por los novelistas modernos, agentes que han adquirido su método leyendo novelas de Edgar Poe o de Conan Doyle. ¡Ah, agentes literarios…, que construís montañas de estupidez con un paso en la arena, con el dibujo de una mano en la pared! «¡A ti, Frédéric Larsan, a ti, agente literario!… ¡Has leído demasiado a Conan Doyle, amigo mío!… Sherlock Holmes te hará cometer tonterías, tonterías de razonamientos más enormes que las que se leen en los libros… Te harán detener a un inocente… Con tu método a lo Conan Doyle, has sabido convencer al juez de instrucción, al jefe de la Seguridad…, a todo el mundo… ¡Esperas una última prueba…, una última!… ¡Di mejor la primera, desgraciado! “No todo lo que os ofrece los sentidos puede ser una prueba…”. También yo me he inclinado sobre las “huellas sensibles”, pero para pedirles únicamente que entren en el círculo que había dibujado mi razón. ¡Ah! Muchas veces el círculo fue tan estrecho, tan estrecho… Pero por estrecho que fuera, era inmenso, “¡porque no contenía más que la verdad!”… Sí, sí, lo juro, las huellas sensibles nunca han sido más que mis criadas…, no han sido mis dueñas… No han hecho de mí esa cosa monstruosa, más terrible que un hombre sin ojos: ¡un hombre que ve mal! ¡Por eso triunfaré de tu error y de tu cogitación animal, oh Frédéric Larsan!».
¡Cómo! ¡Cómo! Porque esta noche, por primera vez, se ha producido en la galería inexplicable un acontecimiento que «parece» no entrar en el círculo trazado por mi razón, me veo divagando, me veo inclinándome con la nariz sobre el suelo, como un cerdo que busca, al azar, en el fango, la basura que lo alimenta… ¡Vamos, levanta la cabeza, Rouletabille, amigo mío!… Es imposible que el acontecimiento de la galería inexplicable haya salido del círculo trazado por tu razón… ¡Tú lo sabes! ¡Lo sabes! Entonces levanta la cabeza… Aprieta entre tus manos los bollos de tu frente y recuerda que, cuando has trazado el círculo, has cogido, para dibujarlo en tu cerebro como se traza en el papel una figura geométrica, ¡has cogido tu razón por el lado bueno!
Pues bien, ahora anda… y vuelve a subir a la «galería inexplicable apoyándote en el lado bueno de tu razón», como Frédéric Larsan se apoya en su bastón, y pronto habrás probado que el gran Fred no es más que un tonto.
J R 30 de octubre, mediodía
Así he pensado…, así he actuado… Con la cabeza ardiendo, he vuelto a subir a la galería y he aquí que, sin haber encontrado nada más de lo que he visto esta noche, el lado bueno de mi razón me ha mostrado una cosa tan formidable, que he tenido que «agarrarme a él» para no caer.
¡Ah! ¡Voy a necesitar fuerzas, sin embargo, para descubrir ahora las huellas sensibles que van a entrar, que tienen que entrar en el círculo más ancho que he dibujado ahí, entre los dos bollos de mi frente!
J R 30 de octubre, medianoche